martes, 13 de octubre de 2009

Atado y bien atado


La opinión de Daniel Vázquez en El Periódico de Catalunya.


Cuando ganó las elecciones en junio del 2003, favorecido por los deseos de unos socios hartos de aguantar tantas medias verdades y medias mentiras, Joan Laporta prometió airear el club y levantar las alfombras que escondían los ácaros cicateros que había empleado el nuñismo para convertir la institución barcelonista en su finca privada. Una declaración de principios y de intenciones que se vio ratificada tras un primer trienio en el que se lograron tres éxitos deportivos inesperados, dos ligas y una Champions. Y unos cuantos éxitos económicos y sociales que devolvieron el FC Barcelona a los socios y a los también importantes seguidores repartidos por el mundo.
Tanta era la comunión entre la masa y el Olimpo azulgrana, que la dimisión de Sandro Rossell y los directivos afines al exdirectivo de Nike fue considerada un mal menor.

Tres años de felicidad que empezaron a quebrarse cuando a Ronaldinho le creció una tripa cervecera. Una panza que propagó ciertos rumores sobre la vida disoluta del brasileño y de otros miembros de la plantilla, bisbiseos que acarrearon más de una jaqueca a una junta que empezaba a desprender cierto tufo a desorientación.
De repente, la pax laportista comenzó a mostrar síntomas de debilidad. Ante las habladurías que denunciaban tímidamente los primeros signos de endeblez estructural del club, los Laporta Boys contratacaron colocando palos en las rueda del círculo virtuoso, y bajo el axioma «o estás conmigo, o estas contra mí», decidieron meter en la celda de los non gratos a todo aquel que difería de ciertas decisiones poco diáfanas. Frente a tanto sospechoso potencial, la mente es incapaz de funcionar con claridad, y la del presidente no fue una excepción. A su nerviosismo, Laporta añadió una falta de flexibilidad hasta la fecha desconocida y, con supuestos enemigos en todas partes, perdió el rumbo, alejándose progresivamente de los medios de comunicación, incluso de aquellos que le habían sido fieles, y favoreciendo a los que, atrincherados en sus fortalezas blancas, grises o casposas, habían declarado la guerra ideológica a Laporta desde mucho antes de que asumiera el cargo de mandatario.
Con frases que han entrado en la antología del disparate como la de «al loro, que no estamos tan mal», o con su obstinación en convertir la derrota de la moción de censura en una victoria, Laporta se hizo sepulturero y cavó su propia tumba. Un presidente que tuvo la suerte de resucitar gracias a la fortuna de toparse con un mesías accidental llamado Pep Guardiola.
Por vez primera en sus 110 años de historia, el FC Barcelona muestra una bipolaridad envidiable. Admirado mundialmente por su juego, poética y prosa puesta al servicio de los aficionados al fútbol, son muchos los que piensan que el Barça de Pep Guardiola y sus jugadores es lo que es a pesar de una directiva que está en otras guerras poco deportivas. El descubrimiento de que Joan Oliver, el flamante director general, había encargado a la agencia de investigación Método 3 espiar a cuatro de sus directivos, Jaume Ferrer, Joan Franquesa, Joan Boix y Rafael Yuste, por orden de Joan Laporta, haría recapacitar a cualquier persona y plantearse la idoneidad o no de seguir en el cargo.

No creo que a estas alturas del partido nadie tenga dudas sobre la responsabilidad del presidente en el affaire. La motivos oficiales de la investigación, o sea, los de proteger a los directivos investigados, son un insulto a la inteligencia. Con la obsesión de Laporta de dejarlo todo atado y bien atado antes de abandonar el barco, encontrar puntos flacos en la vida y obra de los cuatro directivos era una decisión necesaria para hacerles desistir de la torpe idea de presentarse como candidatos a las elecciones. Una necesidad inherente a la ambición del futuro político independentista que pasa a toda costa por evitar que Sandro Rossell sea el nuevo mandamás.
Laporta tenía el convencimiento de que su mentor y consejero, el economista Xavier Sala Martín, era el único aspirante capaz de plantar cara a su enemigo. Un síndrome, el de Rossell, que ha terminado por delatar al ideólogo de la trama y revelar los sucios trapicheos que se manejan en palacio. Tras descubrirse el pastel, Sala Martín es un candidato sin futuro. Con la conspiración en primera plana, a la conservadora masa barcelonista ya no le quedan dudas sobre el preferido de Laporta: si le inquietaba Sala Martín por sus estridentes americanas y su prepotencia, ahora le inquieta mucho más aún gracias a la estrategia elegida por su jefe a la hora de colocarle en primera línea de batalla.

En cuanto a Jaume Ferrer, Joan Franquesa, Joan Boix y Rafael Yuste, huelen a cadáver electoral desde el mismo día que supieron que habían sido investigados y no dimitieron. Mantenerse en la directiva a pesar de haber sido vejados por sus colegas les permite proclamarse candidatos sin tener que presentar un aval. Pero han quedado como ambiciosos títeres a quien nadie va a tomar en serio cuando prometan hacer del Barça el mejor club del sistema solar.
A pesar de los históricos éxitos deportivos, la ambición o la torpeza de Laporta ha puesto en bandeja el cargo de presidente a Sandro Rossell. Lo mismito que le sucedió a Joan Gaspart hace siete años, salvando las diferencias, que son muchas, a favor de Laporta.

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