domingo, 18 de octubre de 2009

Laporta de Brandeburgo


Tomás Cuesta en ABC

CUANDO Laporta la emprendió contra los Boixos Nois y puso a la chusma vocinglera al cabo de la calle le llovieron elogios, parabienes y halagos. Una vez más -clamaban las fanfarrias-, Cataluña era un ejemplo para el conjunto del Estado. Por fin, un dirigente deportivo sabía estar a la altura de las circunstancias y expulsaba del templo del «fair play» a quienes monopolizan la barbarie. Al cabo de seis años, de un triplete y de una escandalosa goleada, es cierto que el paisaje del Camp Nou no es el mismo de antaño. Tampoco lo es el Barça, por supuesto, y el Laporta actual es un mutante. Los «ultras», sin embargo, aún están ahí, gritando «¡Puta España!» a cencerros tapados. Antes, los hunos alborotaban el Gol Sud. Los otros, hoy por hoy, cuchichean en el confort del palco. Con los hunos, Laporta montó un «coup de théâtre». Con los otros, en cambio, pretende montar la parda.
Francesc Pujols -que fue un filósofo imposible y un personaje inagotable- decía que Companys estaba aquejado de «balconitis crónica», un mal que, en su opinión, causaba estragos en los prohombres de la Esquerra Republicana. Diagnosticar la «balconitis» no tiene ningún misterio; curarla, sin embargo, no es una tarea fácil. Un político de balcón es ése que convierte los argumentos en soflamas y que, en lugar de a sentar cátedra, aspira a sentar plaza. La Plaça de Sant Jaume, en este caso. O la de Oriente, con perdón, que también es un trago. «No sortiu tant al balcó, que us constipareu». El sapientísimo consejo de Francesc Pujols no tuvo el menor eco en el Molt Honorable y sobre lo que ocurrió a continuación no es preciso explayarse. Al sabio de Martorell, que gloria haya, siempre le quedará el consuelo de haber anticipado el porvenir en aquel «dictum» que muchos se tomaron a beneficio de inventario. «Llegará un día en que los catalanes, por el hecho de serlo, lo tendrán todo pagado».
No obstante, hay espectáculos que resultan impagables. Contemplar a Joan Laporta antorcha en mano -o sea, en el mejor estilo nazi- reivindicando a Lluis Companys, el presidente mártir, es una estampa gótica, un trance visionario, una viaje a los límites de la risa y el llanto. Ni Fundación Francisco Franco, ni historietas de espías, ni conjuras de faldas. Laporta de Brandeburgo: esa es su gracia y su retrato. Vamos, que resucita Goebbels -lagarto, lagarto- y lo ficha «ipso facto». ¿Qué el paso de la oca le coge a contrapié y es incapaz de desfilar con garbo? Compensa la carencia haciendo el ganso. Laporta de Brandeburgo, pese a su cerrazón mental, jamás echará el cierre a un micro o una cámara. La «balconitis crónica» se le ha quedado chica, la suya es galopante. ¡Menudo galopín! Se le desboca el ansia.
La farsa es tan grosera, tan mezquina, tan burda, tan falsaria (la redundancia viene al pelo y al pelaje) que es muy posible, incluso muy probable, que acabe por triunfar en un país de sandios. Viendo a Laporta con la tea en un mar de tinieblas wagnerianas, es imposible deslindar la curda y la resaca. ¿Irá a quemar la iglesia o encomendarse a San Pancracio. La pela es la pela y la «bosa» del Barça no «sona» igual que antaño. Laporta de Brandeburgo le va que ni pintada. Por pinta, por «ultra», por pelanas..

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