sábado, 24 de octubre de 2009

TV3 contra el Real Madrid


Segi Pàmies en La Vanguardia.


En el Telenotícies migdia (TV3) del jueves, sección deportes, se vivió un momento de cinismo desalentador. Un reportaje analizó las retransmisiones radiofónicas del partido Real Madrid-AC Milan del miércoles (que, por cierto, obtuvo una excelente audiencia). Se trataba de demostrar que Onda Cero, la Cope, la Ser o Radio Marca habían sido poco respetuosos con el Milan y prepotentes con el Madrid. Minutos antes, sin embargo, TV3 acababa de resumir la derrota como un partido con una primera parte de "solters contra casats" y otras lindezas y de culminar una larga, persistente y desagradable tendencia a practicar un antimadridismo facilón y populista que no entronca precisamente con lo que debería esperarse de una televisión pública.

La narración del partido que hizo TV3 pecó de este mismo defecto. No debe de ser fácil contentar a todo el mundo, y entiendo que TV3 no puede tener el mismo tono que Tele Madrid, pero es imprescindible establecer un estilo que permita a los catalanes madridistas - y contribuyentes-ver la retransmisión de una de sus televisiones sin sentirse insultados. Las bromas e ironías de Bernat Soler, que entenderíamos en un contexto privado o incluso en una apuesta de retransmisión privada, sorprendieron, ya que no jugaba ningún equipo catalán. Es cierto que si TV3 hiciera una retransmisión aséptica, fría y robótica también le llevarían los palos, pero eso debería propiciar una reflexión sobre un modelo narrativo que no provoque, incluso en sectores del barcelonismo, vergüenza ajena (se entiende la simpatía por un equipo catalán pero resulta más incomprensible la antipatía por el Madrid en un partido contra un equipo italiano). Además, se produjo - y no es la primera vez-la paradoja de que TV3 iba a favor del Milan, un equipo de nefasta memoria para los culés que vieron como, en una inapelable lección de realismo, nos ganaron en Atenas.

Este es un defecto que, a menudo, comparten las televisiones españolas, públicas y privadas, cuando, sin venir a cuento, dejan claro su antibarcelonismo visceral. Algunos, como Cuatro o Antena 3, incluso potencian su merenguismo por razones comerciales y de búsqueda de audiencia. Y aunque su condición de empresa privada les ampare, nunca pueden convertirse en un modelo. En lugar de ofrecer una alternativa informativa plural, TV3 parece haber optado por seguir el mismo camino. Buena parte de su planteamiento refuerza el forofismo en lugar de primar la información, el rigor y, si se tercia, el debate y el espectáculo. Por ejemplo: la existencia de un Hat-trick para el Barça y otro para el Espanyol, con periodistas claramente beligerantes, equivale a admitir la imposibilidad de aspirar a cierta objetividad transversal y plantea el siguiente interrogante: si el Girona y el Nàstic subieran a Primera División, ¿tendríamos cuatro Hattrick?¿Somos incapaces de unificar criterios y ofrecer un modelo de información y entretenimiento que, sin caer en la neutralidad aséptica, no se base en la identificación extratelevisiva? Lo malo de estos vicios es que se contagian y, en ocasiones, parece que otros ámbitos de la actualidad (política, internacional) se tiñan de esta tendenciosidad primaria. El ejercicio del TN migdia del jueves, no obstante, intentando desacreditar los evidentes excesos de la competencia sin analizar los propios, fue un ejemplo de hasta qué punto la paja en ojo ajeno cotiza más que la viga en el propio.

domingo, 18 de octubre de 2009

Laporta de Brandeburgo


Tomás Cuesta en ABC

CUANDO Laporta la emprendió contra los Boixos Nois y puso a la chusma vocinglera al cabo de la calle le llovieron elogios, parabienes y halagos. Una vez más -clamaban las fanfarrias-, Cataluña era un ejemplo para el conjunto del Estado. Por fin, un dirigente deportivo sabía estar a la altura de las circunstancias y expulsaba del templo del «fair play» a quienes monopolizan la barbarie. Al cabo de seis años, de un triplete y de una escandalosa goleada, es cierto que el paisaje del Camp Nou no es el mismo de antaño. Tampoco lo es el Barça, por supuesto, y el Laporta actual es un mutante. Los «ultras», sin embargo, aún están ahí, gritando «¡Puta España!» a cencerros tapados. Antes, los hunos alborotaban el Gol Sud. Los otros, hoy por hoy, cuchichean en el confort del palco. Con los hunos, Laporta montó un «coup de théâtre». Con los otros, en cambio, pretende montar la parda.
Francesc Pujols -que fue un filósofo imposible y un personaje inagotable- decía que Companys estaba aquejado de «balconitis crónica», un mal que, en su opinión, causaba estragos en los prohombres de la Esquerra Republicana. Diagnosticar la «balconitis» no tiene ningún misterio; curarla, sin embargo, no es una tarea fácil. Un político de balcón es ése que convierte los argumentos en soflamas y que, en lugar de a sentar cátedra, aspira a sentar plaza. La Plaça de Sant Jaume, en este caso. O la de Oriente, con perdón, que también es un trago. «No sortiu tant al balcó, que us constipareu». El sapientísimo consejo de Francesc Pujols no tuvo el menor eco en el Molt Honorable y sobre lo que ocurrió a continuación no es preciso explayarse. Al sabio de Martorell, que gloria haya, siempre le quedará el consuelo de haber anticipado el porvenir en aquel «dictum» que muchos se tomaron a beneficio de inventario. «Llegará un día en que los catalanes, por el hecho de serlo, lo tendrán todo pagado».
No obstante, hay espectáculos que resultan impagables. Contemplar a Joan Laporta antorcha en mano -o sea, en el mejor estilo nazi- reivindicando a Lluis Companys, el presidente mártir, es una estampa gótica, un trance visionario, una viaje a los límites de la risa y el llanto. Ni Fundación Francisco Franco, ni historietas de espías, ni conjuras de faldas. Laporta de Brandeburgo: esa es su gracia y su retrato. Vamos, que resucita Goebbels -lagarto, lagarto- y lo ficha «ipso facto». ¿Qué el paso de la oca le coge a contrapié y es incapaz de desfilar con garbo? Compensa la carencia haciendo el ganso. Laporta de Brandeburgo, pese a su cerrazón mental, jamás echará el cierre a un micro o una cámara. La «balconitis crónica» se le ha quedado chica, la suya es galopante. ¡Menudo galopín! Se le desboca el ansia.
La farsa es tan grosera, tan mezquina, tan burda, tan falsaria (la redundancia viene al pelo y al pelaje) que es muy posible, incluso muy probable, que acabe por triunfar en un país de sandios. Viendo a Laporta con la tea en un mar de tinieblas wagnerianas, es imposible deslindar la curda y la resaca. ¿Irá a quemar la iglesia o encomendarse a San Pancracio. La pela es la pela y la «bosa» del Barça no «sona» igual que antaño. Laporta de Brandeburgo le va que ni pintada. Por pinta, por «ultra», por pelanas..

viernes, 16 de octubre de 2009

Johan Cruyff y lo que importa de verdad


El trozo de un artículo de Johan Cruyff publicado en El Periódico de Catalunya.


Entre otras cosas, ser deportista es eso. Unir fuerzas y redoblar esfuerzos cuando las cosas van mal. O como cuando toca jugar con el equipo nacional. Rivales todos los domingos, madridistas y culés unidos por la misma camiseta nacional. Y con un resultado excelente, por cierto. Justo lo que no hacen los políticos. Rivales ya no cada domingo, sino cada día de la semana, a diferencia de los deportistas los políticos no se dan cuenta que el rival, su único rival es otro: la crisis. Lamentablemente no ha llegado el día en que unos y otros se pongan la misma camiseta nacional para jugar su partido más importante.

martes, 13 de octubre de 2009

Atado y bien atado


La opinión de Daniel Vázquez en El Periódico de Catalunya.


Cuando ganó las elecciones en junio del 2003, favorecido por los deseos de unos socios hartos de aguantar tantas medias verdades y medias mentiras, Joan Laporta prometió airear el club y levantar las alfombras que escondían los ácaros cicateros que había empleado el nuñismo para convertir la institución barcelonista en su finca privada. Una declaración de principios y de intenciones que se vio ratificada tras un primer trienio en el que se lograron tres éxitos deportivos inesperados, dos ligas y una Champions. Y unos cuantos éxitos económicos y sociales que devolvieron el FC Barcelona a los socios y a los también importantes seguidores repartidos por el mundo.
Tanta era la comunión entre la masa y el Olimpo azulgrana, que la dimisión de Sandro Rossell y los directivos afines al exdirectivo de Nike fue considerada un mal menor.

Tres años de felicidad que empezaron a quebrarse cuando a Ronaldinho le creció una tripa cervecera. Una panza que propagó ciertos rumores sobre la vida disoluta del brasileño y de otros miembros de la plantilla, bisbiseos que acarrearon más de una jaqueca a una junta que empezaba a desprender cierto tufo a desorientación.
De repente, la pax laportista comenzó a mostrar síntomas de debilidad. Ante las habladurías que denunciaban tímidamente los primeros signos de endeblez estructural del club, los Laporta Boys contratacaron colocando palos en las rueda del círculo virtuoso, y bajo el axioma «o estás conmigo, o estas contra mí», decidieron meter en la celda de los non gratos a todo aquel que difería de ciertas decisiones poco diáfanas. Frente a tanto sospechoso potencial, la mente es incapaz de funcionar con claridad, y la del presidente no fue una excepción. A su nerviosismo, Laporta añadió una falta de flexibilidad hasta la fecha desconocida y, con supuestos enemigos en todas partes, perdió el rumbo, alejándose progresivamente de los medios de comunicación, incluso de aquellos que le habían sido fieles, y favoreciendo a los que, atrincherados en sus fortalezas blancas, grises o casposas, habían declarado la guerra ideológica a Laporta desde mucho antes de que asumiera el cargo de mandatario.
Con frases que han entrado en la antología del disparate como la de «al loro, que no estamos tan mal», o con su obstinación en convertir la derrota de la moción de censura en una victoria, Laporta se hizo sepulturero y cavó su propia tumba. Un presidente que tuvo la suerte de resucitar gracias a la fortuna de toparse con un mesías accidental llamado Pep Guardiola.
Por vez primera en sus 110 años de historia, el FC Barcelona muestra una bipolaridad envidiable. Admirado mundialmente por su juego, poética y prosa puesta al servicio de los aficionados al fútbol, son muchos los que piensan que el Barça de Pep Guardiola y sus jugadores es lo que es a pesar de una directiva que está en otras guerras poco deportivas. El descubrimiento de que Joan Oliver, el flamante director general, había encargado a la agencia de investigación Método 3 espiar a cuatro de sus directivos, Jaume Ferrer, Joan Franquesa, Joan Boix y Rafael Yuste, por orden de Joan Laporta, haría recapacitar a cualquier persona y plantearse la idoneidad o no de seguir en el cargo.

No creo que a estas alturas del partido nadie tenga dudas sobre la responsabilidad del presidente en el affaire. La motivos oficiales de la investigación, o sea, los de proteger a los directivos investigados, son un insulto a la inteligencia. Con la obsesión de Laporta de dejarlo todo atado y bien atado antes de abandonar el barco, encontrar puntos flacos en la vida y obra de los cuatro directivos era una decisión necesaria para hacerles desistir de la torpe idea de presentarse como candidatos a las elecciones. Una necesidad inherente a la ambición del futuro político independentista que pasa a toda costa por evitar que Sandro Rossell sea el nuevo mandamás.
Laporta tenía el convencimiento de que su mentor y consejero, el economista Xavier Sala Martín, era el único aspirante capaz de plantar cara a su enemigo. Un síndrome, el de Rossell, que ha terminado por delatar al ideólogo de la trama y revelar los sucios trapicheos que se manejan en palacio. Tras descubrirse el pastel, Sala Martín es un candidato sin futuro. Con la conspiración en primera plana, a la conservadora masa barcelonista ya no le quedan dudas sobre el preferido de Laporta: si le inquietaba Sala Martín por sus estridentes americanas y su prepotencia, ahora le inquieta mucho más aún gracias a la estrategia elegida por su jefe a la hora de colocarle en primera línea de batalla.

En cuanto a Jaume Ferrer, Joan Franquesa, Joan Boix y Rafael Yuste, huelen a cadáver electoral desde el mismo día que supieron que habían sido investigados y no dimitieron. Mantenerse en la directiva a pesar de haber sido vejados por sus colegas les permite proclamarse candidatos sin tener que presentar un aval. Pero han quedado como ambiciosos títeres a quien nadie va a tomar en serio cuando prometan hacer del Barça el mejor club del sistema solar.
A pesar de los históricos éxitos deportivos, la ambición o la torpeza de Laporta ha puesto en bandeja el cargo de presidente a Sandro Rossell. Lo mismito que le sucedió a Joan Gaspart hace siete años, salvando las diferencias, que son muchas, a favor de Laporta.

lunes, 12 de octubre de 2009

martes, 6 de octubre de 2009

Laporta, una prima y muchos primos.


Marta Segú i Estruch, directora de La Fundació del Barça y prima de Joan Laporta. El problema no es el enchufe de esta prima en cuestión, sino los numerosos primos que lo permitimos.