martes, 25 de agosto de 2009

Bandera, ni la azulgrana


Os invito a leer una columna escrita por Iván Tubau en mayo de 1992.


Tenía curiosidad por ver qué habría hecho un director tan obvio como Annaud con el texto más fino de la pretenciosa Duras, El amante. Pero como se trata de una superproducción lujosa -pese a ser una película francesa todos hablan en inglés, incluida Jeanne Moreau que lo hace en off-, siempre había cola en el cine.
Ahora o nunca, me dije la Noche Gloriosa. Ni un rabito de cola, y el cine casi vacío. Me perdí pues, a cambio de las solemnidades pomposas de Annaud, el milagro de San Koeman. No bien hube salido del cine me di de bruces con una demostración multitudinaria de patriotismo manicomial, y ya sabréis perdonarme lo redundante del adjetivo. Dios me libre de caer como Annaud en la obviedad trascendentalista, pero debo deciros que esas euforias histéricas me asustan un poco: mala cosa si tanta gente enloquece por tan poco. Ayer, mientras leía en La Vanguardia un lucidísimo artículo de Oriol Pi de Cabanyes titulado "Brigadistas", pensaba en los ojos inflamados por el fanatismo que había visto la noche anterior en las Ramblas. Pi de Cabanyes se preguntaba. "Pero, ¿todavía se aguanta lo de dignum est pro patria mori?" Sí, Oriol, por lo visto aún se aguanta, en Sarajevo y en Wembley. Menos mal que aquí, de momento, lo hacemos por pelotas interpuesta. Pero en las Ramblas había muchas banderas, y ya dijo Flaubert que las banderas siempre acababan manchadas de sangre. Santiago Carrillo, un dictador de toda la vida, proclamó un buen día: "Dictadura, ni la del proletariado." Dejadme a mí, nieto de una comunista e hijo de un anarquista catalanes, aclarar por si acaso que lo que digo de la bandera azulgrana en el título se aplica por igual a la roja, a la negra y, obviously, a la senyera con estrella o sin. A mi dadme sábanas, para hacer el amor sobre ellas.

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